Adiós a mi abuelita y oyente preferida

Yo continúe y le pregunté: ¿Qué es lo que más le gusta del programa, señora Rosalía? Y ella dijo muy agraciadamente: “Pues, todo. Empezando desde el periodista (Risa suave)” A lo que yo respondí tímido y de manera sonrojada: “Muchas gracias”. Y cambié rápido de tema para no caer en la risa. Se le escuchaba alegre y llena de mucha energía.




Realmente no resulta nada fácil escribir sobre una persona cuando recién ha partido, ahora mucho más complejo es cuando se trata de alguien cercano y con quien se tuvieron diversos momentos especiales. La verdad no pensé hacerlo tan pronto. Tampoco pensé jamás que la ocasión en la que me correspondiera hacer para este blog un primer texto bajo la categoría de ‘Experiencias Personales’ fuera el mismo en el que tengo que despedir a alguien que ya ha emprendido un viaje hacia la eternidad. Rosalía, era el bello y reluciente nombre de quien Dios escogió como mi abuelita materna y quien partió de este mundo terrenal dejando grandes legados, mensajes y recuerdos.

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La mayoría de los memorables y especiales momentos junto a ella que guardo en mi mente sucedieron luego de que yo ya tuviera eso que llaman en mi región ‘uso de razón’, es decir, cuando ya tenía suficiente edad para comprender de distinta manera las cosas y por tanto para tener una visión más madura de los sentimientos y las situaciones.

Por esto quiero dedicar estas palabras a la memoria de ella, quien a través de sus acciones se ganó el amor y respeto de todos sus cercanos. Como homenaje evocaré en este texto algunos momentos y anécdotas compartidas con ella.

Recuerdo que desde que inicié un programa radial hace varios años ella estuvo al tanto de las emisiones, me llamaba antes y después de cada programa para que yo supiera que me estaba escuchando. Yo, en ocasiones, le complacía sus gustos musicales con algunas canciones que le agradaban y hasta la saludé un par de veces. De esa manera ella se fue convirtiendo en mi fiel oyente.

En esa misma línea del programa, rememoro aquel momento en el que desde el equipo radial decidimos hacer dinámicas para un fin de año que consistía en que el oyente que llamara, reportara sintonía y respondiera algunas preguntas, se hacía acreedor de un obsequio musical. Estábamos en la emisión del 17 de diciembre de 2015 cuando después de algunas llamadas recibidas sonó nuevamente el teléfono. Yo saludé preguntando el nombre a la persona y un tanto sorprendido quedé cuando escuché su voz y su nombre. Era ella que llamaba al programa. En ese momento me causó gracia el detalle pero continúe el diálogo de manera normal; los dos comprendimos que lo mejor era seguir la conversación sin anunciar públicamente el parentesco. Le pregunté: “¿De qué sector nos llama?” y ella me respondió el nombre. Yo continué la ‘actuación’ indagando si ese era el mismo barrio que estaba ubicado en la parte alta de la ciudad; a lo que ella respondió muy elocuentemente: “Sí señor, por acá lo invito para que venga a conocer este clima tan sabroso y tan espectacular”. ¡Qué risa me generó eso, aunque claro, la contuve! Estábamos hablando del mismo sector en donde yo crecí cerca de ella.

Yo continúe y le pregunté: ¿Qué es lo que más le gusta del programa, señora Rosalía? Y ella dijo muy agraciadamente: “Pues, todo. Empezando desde el periodista (Risa suave)” A lo que yo respondí tímido y de manera sonrojada: “Muchas gracias”. Y cambié rápido de tema para no caer en la risa. Se le escuchaba alegre y llena de mucha energía.   
Pero esas actuaciones no terminaron ahí. En la emisión del 29 de diciembre de 2016, con una temática similar de fin de año, desde el programa radial hicimos un sorteo entre los oyentes cuyos premios eran unos objetos de casa. Fueron varias llamadas las que se recibieron para la participación. La idea era que al final se asignaba un número a cada oyente por orden alfabético según su primer apellido y los dos ganadores se determinarían cuando una nueva persona llamara y dijera un número. Obviamente, esa última persona que llamara no podría participar en el sorteo, por tanto resultaría difícil que alguien lo hiciera. Entonces, dado que no nos quedaba mucho tiempo AL AIRE para el sorteo, me acordé de ‘mi oyente preferida’ y decidí contactarla internamente y decirle que me colaborara por favor llamando como una oyente normal y diciendo dos números de acuerdo a la cantidad de personas que habían llamado. Por supuesto, no hubo un pacto para que dijera tal o cual número, solamente que dijera los que ella decidiera. Llegó el momento de salir AL AIRE y así se hizo. Recuerdo que por ese acto bonito de complicidad le obsequiamos un cd de música llanera; le agradaba escucharla.  

Con mi abuelita, aparte de actuaciones radiofónicas, también teníamos otros hábitos. Por tradición en la familia, la mayoría somos católicos y por tanto es una costumbre que actos como santiguarse, o en términos coloquiales ‘echarse la bendición’, sean muy comunes. No recuerdo con exactitud en qué momento empecé a hacerlo con ella; con mi mano derecha ponía la bendición sobre ella, luego yo ponía mi mano en su boca y ella le daba un beso. Esto se hacía cuando nos despedíamos. En alguna de esas ocasiones, ella empezó a hacer lo mismo conmigo, es decir, me daba la bendición y al finalizar yo ponía un beso sobre su mano y me marchaba.  

Recuerdo que una vez que estuvo hospitalizada necesitaba una ropa pero ya era de noche y a esa hora no se recibían visitas. Me encargaron la misión de llevársela y cuando llegué a la entrada de la clínica estaba naturalmente el personal de vigilancia. Sabía yo que ella necesitaba esos elementos de manera pronta, entonces yo tenía claro cuál era la única opción. Así que cuando vi que el señor vigilante se descuidó un poco, emprendí mi subida rápida por las escaleras, busqué la habitación y llegué donde ella. Sorprendida me vio, le conté la odisea y le entregué el pedido; Ella sonrío congraciándose por lo que yo había hecho. Rápidamente me despedí y me fui, entendiendo que claramente es un mal acto el realizado pero que en este momento lo justifico porque fue para beneficio de mi abuelita.

En el mes de diciembre de este año 2017 concebí la idea de que tenía que estar con ella y toda la familia los días 24 y 31. Son fechas importantes y ya que ella estaba en su casa era propicio hacerlo. Ese primer día me dijo que estaba ‘gordito’; que estaba bonito. Tanto me había acostumbrado a ser delgado que fue sorpresa para mí que ella me dijera eso. Yo le respondí con un: “Gracias, abuelita” y sonreí.

Claramente el deseo de compartir con ella esas fechas especiales era un mensaje de Dios. Iniciando el nuevo año los quebrantos de salud no se hicieron esperar y estaba hospitalizada. Fui a visitarla, ingresé a la habitación y allí estaba. Mientras ella dormía, con mi mano derecha tomé su izquierda y acariciaba suavemente sus dedos. Ese lazo permaneció durante toda la visita, ella me apretaba como símbolo de su fuerza de seguir en la vida. Ya me iba y entonces le dije: “Abuelita, le voy a contar un secreto” y al oído le conté algo que ella me preguntaba con frecuencia. Ella quería saber cómo estaba y si estaba trabajando luego de mi grado. Entonces, me acerqué y le conté que “ya tenía un trabajo gracias a Dios”.

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Unos días después, esta vez a llevar otro encargo de prendas pero en horario normal de visitas, regresé al Hospital. Estaba dormida y al rato despertó, nos saludamos y nuevamente tomé su mano; en ese momento hice la fotografía que acompaña este texto. Con extrañeza vi que esa vez sí se interrumpió el vínculo de nuestras manos, en un momento soltó la suya y la acomodó en su pecho. Le contemplé su sueño, pero luego ya era el momento de marcharme, me despedí y ella me dio su bendición. Le desee pronta mejoría y salí. Camino hacia la entrada del hospital me sentí como extraño, como con un vacío porque dejaba algo que me hacía falta. Pues bueno, esa fue la última vez que la vi con vida.

Es que el vacío que deja en la familia es realmente grande. Su compañía era necesaria en cada encuentro. Cómo olvidar los bailes con ella en las fiestas familiares, sus deliciosas arepas en el desayuno y su gran sazón gastronómica. Esa preparada de panela y limón que saciaba la sed de cualquiera. Cómo olvidar nuestras complicidades en el programa radial cual si fuera una artista en la improvisación. Asimilaré su partida guardando para siempre esas bendiciones que me daba, aunque cuánto quisiera podernos santiguar y besarle la mano una vez más. Pero sé que donde quiera que se encuentre estará descansando, porque realmente fue incontable lo que en vida hizo. Paz en la tumba de mi oyente preferida.






Carlos Pardo Guevara
Comunicador Social - Periodista.


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